jueves, 19 de noviembre de 2015

La Lucha Continua

Desperté y sentía mi cuerpo como si estuviera convulsionando. Una lejana y difusa voz me llamaba: “Enrique”, y lo primero que pude responder fue: “Tengo frío”. En esos extraños primeros segundos de retomar consciencia mi primer pensamiento claro fue que moría de frío y que temblada de una forma preocupante, sin control, de pies a cabeza. 

Luego tuve un segundo pensamiento más claro aún: “No puedo respirar”, alcancé a decir… o por lo menos eso creo. Con el cuerpo temblando sin control y sintiendo que me faltaba el aire, entré en un estado propicio de pánico y tuve esa primera sensación de que me iba a  desesperar. 

No fue así, menos mal. No sé de dónde ni por qué tuve mi tercer pensamiento claro: “Respira”; y así lo hice. Traté de mantener la calma y respirar profundamente como aprendí en los ejercicios de relajación, al mismo tiempo que los doctores me sacaban de esa sala congelada y me llevaban a la sala de recuperación. 

Una vez ahí las enfermeras (o doctores o técnicos, como saberlo a ciencia cierta) me pusieron una manta encima y a los pocos segundos empecé a sentir un calor casi maternal que me abrazaba y me reconfortaba. Unos segundos más tarde mi cuerpo temblaba menos, y menos, hasta quedar inmóvil, quieto, tranquilo; como si un momento de paz trascendente hubiera llegado a mí. Respiraba. Alivio. A dormir.

En algún otro momento, un poco más consciente, abrí los ojos y ella estaba ahí, a mi lado, mirándome con una mezcla de cariño, alivio y esperanza; como diciendo: “Kikín, todo salió bien, estas bien, saldrás adelante… una vez más”. Me extendió la mano y le di la mía, apretándola lo más fuerte que me permitía mi cuerpo aún anestesiado. La miré a los ojos y no sé si le dije con palabras lo que no dudo vio en mis pupilas: “gracias por estar aquí”. Me besó en la mejilla y me abrazó como pudo, y yo hubiera dado todo por poder incorporarme y abrazarla como si fuera la última vez que la fuese a ver… Sin soltar mi mano se quedó ahí, de pie, a mi lado, dándome paz. Alivio. A dormir. 

Me volví a incorporar sin noción alguna de tiempo y había una voluntaria a mi lado. Supo de mí desde que ingresé al hospital y no dudó ni un segundo en “recomendar” que estudien bien mí caso. En los tres días que estuve internado antes de la operación no la llegué a ver y la conocía en la sala de recuperación. Con una sonrisa gentil me saludó y probablemente me dijo: “qué bueno que estás bien”. E imagino que yo con una sonrisa similar y si llegaron a salir palabras de mi boca le respondí: “Gracias”. Alivio. A dormir.

Desperté una vez más y ella había regresado, esta vez acompañada. Nunca había visto a mi papá con una bata y gorro de cirugía, y mucho menos le había visto su sonrisa tan grande y hermosa como la de ese momento. Fui feliz y supe que todo estaba bien, que todo estaría bien, pues una sonrisa así lo puede todo, lo ilumina todo. No recuerdo si me dijo algo y mucho menos si le respondí… pero no hubiera sido necesario. Paz. Alivio. A dormir. 

Reaccioné (o me hicieron reaccionar) ya entrada la noche y el doctor que me operó estaba ahí. Me dijo que la operación salió muy bien, que sacaron todo lo que encontraron pero por eso mismo la operación se complicó y tuvo que mezclar diferentes técnicas; pero que había sido una operación exitosa. Que descansara y que por precaución tenía que pasar la noche en esa sala.

“Gracias doctor”, le dije (o eso creo). El doctor prosiguió su camino y ya con más consciencia que en un estado zombie, me quedé tranquilo. No había dolor, no había angustia, no había nada que me perturbe. Así que me acomodé en la cama de hospital más confortable del mundo con mis últimos pensamientos antes de dormir: “Bueno, sigo acá, todo salió bien, así que espero todo siga bien… La lucha continúa”. Paz. Alivio. A dormir.


Kikin Rispa
kikerispa2003@yahoo.es
(19 de Noviembre del 2015)

4 comentarios:

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